Murió Diego, y hoy es peor que ayer

La muerte del Diego nos golpeó, y ese tremendo nocaut no nos permite levantarnos. Habrá que otear las cuerdas e intentar pararse para seguir peleando. Pero con una certeza: lo vamos a extrañar siempre.

Se fue Diego Maradona. Hoy es peor que ayer, y ayer fue peor que antes de ayer. Lo que fue una bomba que atacó en forma directa a los sentidos luego fue una explosión epidérmica. Llanto, incredulidad, estupor. Hoy, dos días después y con el entierro consumado, el vacío llegó para quedarse, la sensación de orfandad se instaló en el cuerpo. Y vamos a tener que convivir con ella.

El velorio -caótico, emotivo, popular, insuficiente- no alcanzó para que los millones que queríamos despedirlo pudiéramos hacerlo. Su familia eligió preservarse y cortarlo antes de lo previsto. No se los puede culpar. En medio del dolor volvieron -como durante toda su vida- a ceder a “su” Diego (que también es “nuestro” Diego) para que, al menos durante unas horas, pudiéramos decir “Gracias” y “Adiós”. Fue poco. Terminó mal.

El dolor que nos invade es el de una pérdida familiar. Maradona formó parte de nuestras vidas cotidianas aún sin conocerlo en persona. Amigo, hermano, padre, ídolo, figura. Su presencia era natural y necesaria. Nos reivindicó, nos vengó, nos puso en el mapa. Nos dio alegrías y tristezas. Con él lloramos: lágrimas de gozo, de alegría, de pasión; también de tristeza, de ver su derrotero.

Sus restos descansan en un cementerio privado de Bella Vista. Hoy anunciaron que tampoco allí podremos visitarlo. Y también nos duele. A la pérdida inevitable e inesperada se nos suma el dolor de la no-despedida. Ojalá se revierta.

Hoy es peor que ayer, y ayer fue peor que antes de ayer. Mañana seguramente será peor que hoy. Mientras tanto, la tele multiplica sus goles, sus gambetas, sus sonrisas, su canto, su baile, sus palabras, sus dichos. Nos atragantamos consumiendo todo el Diego posible. Pero no nos alcanza. Lo queremos vivo. Y así seguirá en nuestros corazones. A partir del martes, Diego Armando Maradona nos acompaña a cada paso. Pero hoy es peor que ayer, y mañana será peor que hoy.

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