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Con casi 4 mil habitantes, el pueblo santafesino que vio nacer a Lionel Scaloni se vistió de fiesta.
“Atrevido”, “audaz”, “futbolero”, “humilde”. Los adjetivos para definir a Lionel Scaloni se repiten en Pujato, el pueblo de 4 mil habitantes que lo vio nacer. Allí, el actual DT de la selección es simplemente Leo, el hijo del Gringo y de Lali. Y allí es donde regresa para hallarse a sí mismo. Residente en Mallorca junto a su mujer y sus dos hijos, Scaloni vuelve cuando puede a su lugar en el mundo para ver y estar con los suyos.
Uno de los suyos -sin dudas- es Mauricio Sesana, su amigo de la infancia, que abunda en anécdotas junto al DT de la selección. Tuvo la posibilidad de visitarlo en Coruña justo cuando se consagró campeón de La Liga, lo eligió padrino de casamiento. “Llegó apenas unas horas antes de la boda; mi novia me quería matar). Ambulanciero de profesión, le tocó ver la final contra Brasil en medio de su guardia nocturna, pero eso no fue impedimento para que se emocionara hasta las lágrimas. Tanto que no se despega del buzo del seleccionado que Leo le regaló. “La peleó mucho y se merece todo lo que le está pasando”, asegura, y agrega un dato que a veces -en el fragor de la fama- pasa de largo: el sufrimiento ante la crítica despiadada.
Pocos técnicos fueron tan cuestionados como Scaloni. Le achacaban su falta de experiencia y de preparación, le cuestionaron todo tipo de aspectos (futbolísticos y extrafutbolísticos). Incluso hubo periodistas que llegaron a desear en la tele la derrota de la selección para que el pujatense abandone su cargo después de la Copa. “Esas cosas nos duelen más a los que lo queremos que a él. Siempre dice que no le demos bola a esas cosas”, informa.
Beto Gianfelici es uno de los técnicos de la infancia. Lo dirigió en Sportivo Matienzo, la segunda casa en el pago chico de Scaloni. El club verde y blanco, al que apodan “Ranero”, vio nacer a aquel aguerrido lateral-volante categoría 78, que rápidamente destacó e ingresó a las inferiores de Newells para desarrollar la carrera que luego le conocimos. “El Leo era vivo, muy futbolero y un animal físicamente”, recuerda, y brinda un detalle: le escribió para felicitarlo después del partido. A las 2 de la mañana sonó el celular de Beto: era Scaloni devolviendo el saludo. “No tenía necesidad de agradecerme nada ni siquiera de contestarme. Eso lo pinta de cuerpo entero”.
Cuando está en Argentina no es raro verlo andar en bicicleta por Pujato. El ciclismo es la otra pasión del DT. Sus primos de parte materna, Juan Ezequiel y Juan Ignacio Marcetti, tuvieron una cábala: vieron todos los partidos de la Copa América junto a sus amigos en una casa que tienen especialmente para comer asados. Sí, como si fuera un quincho. Se autodenominan “la barra de Leo en Pujato”, con bandera incluida y todo. Con la camiseta que su primo les regaló después de jugar el Mundial 2006, lo defienden a capa y espada y dicen que “pase lo que pase en el Mundial el Leo es lo más grande que tenemos en Pujato”.
En el club Matienzo las voces se superponen. Elogian las cualidades deportivas y humanas de Scaloni y destacan el rol de la familia. Su padre, El Gringo, fue técnico y formó parte de la comisión directiva del club; su hermano, Mauro -compañero en el periplo europeo de Lionel- hoy dirige a las categorías infantiles y también es dirigente del club. Y uno de los grandes proyectos del Ranero se dio gracias a la familia Scaloni: la construcción del nuevo estadio, cuyo predio fue adquirido gracias a un generoso préstamos a devolver “como se pueda”. El día de mañana la cancha llevará el nombre del DT del seleccionado argentino.