22 de Noviembre: pizzas de “El cuartito”

Pese a lo difícil que venía siendo la recuperación para Maradona, ninguno de los familiares que integraban el grupo de whatsapp con sus médicos consultó por su estado de salud. Aquel domingo Luque lo fue a ver, pero se comió el amague: Diego se hizo el dormido y no lo recibió. Tras mirar el partido de Gimnasia, tuvo su último antojo.

“Hablan, hablan, dan órdenes todos pero ninguno lo va a ver. Son unos pajeros” le dice Leopoldo Luque a Maximiliano Pomargo a las 10 de la mañana del domingo 22 de noviembre del año pasado. 

Maradona estuvo con su sobrino Jonathan Espósito, un enfermero de la obra social, la cocinera Monona y un empleado de seguridad. Se había acostado tarde, cerca de las 5 de la mañana, y se volvió a despertar pasadas las diez. Pese a ser domingo, Luque se hizo presente en el country San Andrés de la localidad de Tigre. El viaje fue en vano: Diego se durmió antes de que llegue, y Luque se fue a las dos de la tarde sin poder verlo. 

Había una chance más. El neurocirujano propuso que, cuando Diego se despertara, le sugieran la posibilidad de prender el fogonero que había en el patio para hacer un costillar. Pero el astro se despertó, comió una hamburguesa y sorprendió a todos con el pedido para la cena: “Quiero pizza de El Cuartito”. Dicho y hecho, el famoso local de pizzas de la calle Talcahuano le envió dos cajas.

En la cena, tras mirar el partido de Gimnasia, Diego se sinceró. Le confesó a su sobrino Jonatan que al mediodía lo había visto a Luque, pero que se hizo el dormido para que no lo joda.

Mientras tanto, el grupo de whatsapp que la familia compartía con los médicos no tuvo actividad. Ni un solo mensaje. Ninguna de las tres hijas mujeres, ni su hermana Kitty que también estaba en el chat grupal, preguntaron por Maradona. ¿Y Morla? Ni siquiera lo nombran. No llamó ni preguntó, solo se mencionó que podía llegar a ir pero según el kinesiólogo Taffarel, “no tenía ni ganas”.

¿Y el equipo de salud mental? Recién a las 5 de la tarde del domingo 22 de noviembre la psiquiatra Agustina Cosachov se comunica con Carlos Díaz.

Cosachov: ¿Todo tranquilo, no?
Díaz: No dejó entrar a nadie, a Luque tampoco. 
Cosachov: Bueno, no lo jodamos entonces. Si no me quiere ver, no lo veo. El miércoles paso a ajustarle la medicación.

El panorama había mejorado levemente comparado a los días anteriores. El paciente había almorzado y cenado, estuvo despierto y con diálogos fluidos.

Los idas y vueltas en la salud de Maradona se repitieron durante todo el año, y tanto sus convivientes como su médico personal, sabían que Diego podía tener varios días malos y reponerse con el correr de las horas. Ésta vez, el final sería diferente. 

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