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El último día en la vida de Diego estuvo repleto de errores y situaciones difíciles de entender. Una taquicardia que se registra pero nadie advierte, una familia que no consulta por su estado de salud, y los tres médicos de cabecera que hablaron más de un programa de chimentos que de la salud de su paciente.
“Charly buen día. Parece que se volvió a tirar en la cama el gordi. Yo voy a ir mañana, quiera o no recibirme, porque si no ya no es muy careteable. Ya le bancamos una semanita y pico sin recibirnos” es el mensaje que la psiquiatra Agustina Cosachov le envía al psicólogo Carlos Díaz a primera hora del martes 24 de noviembre, unas horas antes del episodio fatal. A los propios médicos les llamaba la atención que hacía una semana no visitaban a su paciente…. que, ni más ni menos, era Diego Armando Maradona. Una verdadera locura.
Cosachov y Díaz no hablaron con Leopoldo Luque en los últimos cuatro días. No había ningún reporte de la salud de Diego con su médico de cabecera. Resulta incoherente, negligente e inentendible que no haya existido un diálogo fluido entre los médicos que acompañaron a Maradona en sus últimos sesenta días de vida.
El neurocirujano, por su parte, habló con Pomargo a la mañana y dijo que iba a ir al otro día. Cuando preguntó si Maradona seguía sin salir de su habitación, preguntó: “¿Es una huelga? Que loco que está…” irónico.
El chat de la familia, un día después de que Gianinna cuestione la decisión de no poder visitar a su padre, en silencio nuevamente. Ninguno de sus hijos ni su hermana Kitty preguntó si Maradona había salido de la habitación.
Se habló más de ese zócalo que de la salud de Diego. La psiquiatra y el psicólogo se reían, y Luque con el kinesiólogo Taffarel no podían creer que se hable de Cosachov cuando, según ellos, lo había visto como mucho diez veces.
Rodeado de celos y ego en todos los ámbitos de su vida. Desde su familia hasta sus médicos. Gente que estaba más preocupada por el que dirán, que por salvarle la vida al ídolo popular más grande que tuvo este país. Así vivió Maradona hasta su último día, y muchos deberían hoy hacer una fuerte autocrítica.
Los fiscales que investigan la muerte de Maradona caratularon la causa como un posible “homicidio simple con dolo eventual”. La metáfora que se usa en el derecho penal para entender esta calificación, es que si un conductor maneja a 150 kilómetros por hora y mata, debió haberse dado cuenta que manejando a esa velocidad, podría matar.
Haciendo una analogía con esta causa, los fiscales acusan a siete imputados, todos profesionales de la salud, por representarse que Maradona podía morir y no haber hecho nada para evitarlo. Suena gravísimo, pero tan solo con el detalle de los últimos días en la vida del astro, podemos apreciar actuaciones totalmente negligentes, pero que ni siquiera imaginaron la muerte del paciente.
En el grupo de whatsapp “Tigre”, con todos los profesionales médicos de Swiss Medical, se pasa el parte diario. Maradona no quiso comer en todo el día, no salió de la pieza, pero a nadie le llamó la atención.
De mal en peor: A la noche, el enfermero Ricardo Almirón, también imputado, le controla los signos vitales a Maradona y después de casi 36 horas, le vuelve a monitorear la frecuencia cardíaca.
El resultado es una frecuencia cardíaca de 107 latidos por minuto. Taquicardia. Pese a dejarlo expuesto en el grupo, que contaba con un médico clínico y una coordinadora médica, no hubo un solo comentario con respecto a este último control. Será el último control a Diego Armando Maradona en vida…