
El viaje del presidente argentino a la Casa Blanca no salió como se esperaba: ningún anuncio concreto y total desprecio.
Durante el encuentro en la Casa Blanca, Javier Milei intentó dirigir unas palabras a Donald Trump en español. Los intérpretes no tradujeron, el traductor pidió que las repitiera y Trump, incómodo, interrumpió diciendo que “no hacía falta”. La escena quedó registrada en video y generó una ola de burlas e indignación en redes sociales.
Las imágenes del encuentro, difundidas por cadenas internacionales y viralizadas en X, muestran a un Milei exaltado que intenta expresar algo frente a un Trump que apenas lo mira. Los intérpretes permanecen inmóviles y, cuando uno de ellos reacciona tarde y pide que repita lo dicho, el expresidente estadounidense responde: “It’s fine, it doesn’t matter”. Ese breve instante bastó para exponer el contraste entre la devoción con la que Milei busca la atención de su referente ideológico y la frialdad con la que es recibido.
El episodio, más allá del bochorno, tiene un significado político evidente. Muestra a un presidente que se desvive por complacer a su ídolo, pero que no logra ser escuchado ni traducido. Ni los intérpretes parecieron interesados, ni Trump mostró paciencia alguna por comprender lo que el mandatario argentino quería transmitirle. El símbolo es claro: la palabra argentina no se traduce, no se escucha y, sobre todo, no se considera importante.
El gobierno intentó presentar la visita como un éxito diplomático, pero las imágenes dicen otra cosa. En política exterior, los gestos pesan tanto como las palabras, y el de Trump —negándose a escuchar lo que Milei decía— envía un mensaje contundente: la centralidad que el presidente argentino pretende no existe. Mientras Milei insiste en mostrarse como socio privilegiado de Washington, el resultado visible fue un desdén incómodo, casi paternalista.