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En Ranelagh, partido de Berazategui, se hizo uno de los murales que dieron la vuelta al mundo. Detrás del arte, una historia solidaria y una visita maradoneana que aún hoy es recordada.
Año 1991. Diego Armando Maradona cursa su suspensión por doping, Marcelo Tinelli rompe ratings los domingos con “Ritmo de la noche” y Rata Blanca encabeza charts con su inoxidable hit “Mujer amante”. Y estos tres factores se van a combinar para construir una historia mágica que resuena 30 años después.
En la Casa del Niño Rucalhué, en Berazategui, más de 200 chicos desayunan y juegan. Por la tarde, otros tantos meriendan y hacen lo propio. “Lugar del Sol” es un hogar que funciona como comunidad. Allí, los chicos y chicas viven “infancias mágicas”. Y de eso se encarga Quique Spinetta, uno de sus fundadores, que hace casi 40 años se ocupa de que así sea. Pero esa esquina de Ranelagh dio la vuelta al mundo por un mural.
La cara de Diego estampada en una parad, la mirada tierna de Pelusa y el pelo coronado por el árbol de un vecino. Ese dibujo hecho por José Pérez, uno de los líderes de la comunidad, dio la vuelta al mundo: desde Nápoles hasta Serbia, desde Japón hasta Sevilla. Una obra de arte internacional que esconde una historia desconocida. Y aquí es donde entran en juego Tinelli y Rata Blanca.
Invitados al programa dominical, los músicos, padrinos del hogar, le comentaron a Diego Maradona (que jugaba picaditos en ese show) que al día siguiente irían al hogar. “Si no me llevan son unos botones”, respondió el Diez. Y así fue que Quique levantó en el Cruce de Varela con un humilde rastrojero nada menos que a Maradona, acompañado de Claudia y de sus hijas. “Cuando yo era chico vino el Ratón Ayala a jugar a Fiorito, y yo nunca me olvidé de eso”, dicen que dijo Diego.
En épocas sin celulares ni siquiera teléfono fijo, la llegada de Diego fue un secreto que duró exactamente 5 minutos. Es decir, lo que tardó en propagarse la voz. Maradona y Rata Blanca hicieron unos jueguitos y fueron abrumados por miles de personas. Los músicos continuaron el partido informal en una plaza cercana y Diego se refugió en la oficina, no sin antes preguntar qué podía regalarles. “Nada, Diego, tu presencia acá es un regalo para los chicos”, le respondió Quique. Manos en jarra, el Diez contestó: “Soy el Diego, algo te tengo que regalar”. Y los dos arcos que aún hoy permanecen son el testigo de aquel diálogo.
Treinta años después, el mural quiso ser un homenaje, un recuerdo a aquella visita inolvidable. Como detalle mágico: el árbol del vecino florece entre el cumpleaños de Maradona y la fecha de su muerte. Creer o reventar. Diego pudo verlo durante la pandemia a través de un video y prometió volver a visitarlo. Pero la vida -la muerte- truncó aquellos planes.